La acupuntura es una práctica milenaria originaria de China y transmitida de generación en generación. Aunque en el país asiático es considerada como parte de la medicina normalizada, en Occidente ha pasado a formar parte de la llamada medicina alternativa, con la suspicacia que para muchos suele acarrear esta acepción.
Según la tradición china, nuestro cuerpo es recorrido por un torrente de energía vital (denominada qí en su idioma original). Las agujas aplicadas sobre la piel del paciente vendrían a incidir sobre dicha energía, alterándola y equilibrándola según las necesidades de cada individuo en particular. Además, otro conocimiento clave sobre el que se basa esta disciplina es que la energía vital circula a través de unos canales (llamados ‘meridianos’), que conectan unos órganos con otros. Es por ello que para el profesional de la acupuntura es de vital importancia conocer estos canales a la perfección, ya que solo de este modo podrá colocar las agujas en los puntos precisos para estimularlos.
Al colocar cada aguja estamos estimulando receptores sensoriales que repercutirán en el sistema nervioso del paciente, transmitiendo así impulsos al sistema hipotalámico-hipofisario, ubicado en la base del cerebro humano. De este modo logramos alcanzar el hipotálamo y la glándula pituitaria, provocando alteraciones en las hormonas que estos órganos están encargados de gestionar (entre las más comunes, las endorfinas).
Además de aliviar dolores físicos, la acupuntura también es utilizada para el tratamiento de patologías psicológicas, como la depresión y la ansiedad. Ello se debe a que a través de la correcta aplicación de las agujas podemos incidir en la gestión de la serotonina, el neurotransmisor alojado en nuestro cerebro encargado de regular las emociones. Aunque a día de hoy las repercusiones beneficiosas de la acupuntura no han sido demostradas por la ciencia, se cuentan por miles los pacientes que la utilizan para el tratamiento de muy diversas enfermedades.